ley de Murphy en seguros

Aunque no tengas muy claro aún de qué va, seguro que en alguna ocasión has escuchado hablar sobre la ley de Murphy, una premisa un tanto agorera, que básicamente nos recuerda que, si algo puede suceder, sucederá.

Por poner un ejemplo práctico, la ley de Murphy no sería ese amigo que te animaría a hacer algo que temes porque ‘seguro que no pasará nada’. Te diría que te prepares porque si piensas hacerlo, eso que temes puede pasar. El seguro, por su parte, sería ese otro amigo que te diría ‘tranquilo, tú atrévete, que si te pasa algo yo respondo’.

El origen de la incuestionable teoría

La ley en cuestión fue enunciada por Edward A. Murphy Jr., de ahí su nombre. Eso es lo más claro que se tiene ya que el origen exacto es distinto para unos que para otros.

Cohetes, raíles y fuerzas G, ¿qué puede salir mal?

Edward Murphy trabajó en 1949 en experimentos con cohetes sobre rieles que se llevaron a cabo por la Fuerza Aérea de los Estados Unidos, dato que es importante conocer para entender el origen de su premisa.

Una de las teorías sobre el origen del enunciado apunta a que tuvo lugar durante uno de estos experimentos, más concretamente en un plan destinado a probar la resistencia humana a las fuerzas G durante la desaceleración rápida. Para esto se usaba un cohete sobre rieles con frenos en uno de los extremos.

Al principio se usaba un muñeco para las pruebas, pero luego se decidió probar con una figura humana, la del capitán John Paul Stapp que debía tener sujetos al arnés unos medidores electrónicos para medir la fuerza que se ejercía sobre ellos por la desaceleración rápida.

El asistente de Murphy encargado de la tarea cableó los sensores al revés en una primera prueba, que se realizó con un chimpancé en lugar de con Stapp, con lo que el resultado de estos medidores fue de lectura cero. Fue entonces cuando algunos creen que Murphy pronunció su ya famoso enunciado. Refiriéndose a su asistente y según George Nichols, otro ingeniero que estaba presente, Murphy dijo: «Si esa persona tiene una forma de cometer un error, lo hará». Esta es la teoría más famosa.

Sea o no esta la teoría buena, el caso es que la frase se hizo pública por primera vez en una conferencia de prensa en la que a Stapp se le preguntó por qué nadie había resultado herido durante las pruebas con el cohete y entonces éste contesto que se debía a que habían tenido en consideración la ley de Murphy.

En el año 1952 la frase se oficializó en un epígrafe del libro The Butcher, de John Sack tomando la siguiente forma: todo lo que pueda salir mal, pasará. Y así ha sobrevivido hasta nuestros días.

Cómo los seguros nacen de la ley de Murphy

Lo que todos los que conocen esta ley tienen claro es que este enunciado conlleva necesariamente un espíritu defensivo, esto es, el de protegerse frente a las probabilidades de que algo salga mal. ¿Y no es eso acaso lo que hace un seguro?

Aunque para muchos la ley de Murphy sea una ley pesimista, es verdaderamente una obviedad que se basa en las probabilidades. Si hay posibilidades de que algo salga bien o mal, cualquiera de los resultados (positivo o negativo) es esperable.

¿Cuántas probabilidades hay de que algo en concreto salga mal?

Eso es harina de otro costal y en cada caso variará dependiendo de los factores y circunstancias, pero lo que es seguro es que existen posibilidades de que un resultado negativo tenga lugar. Y de esta premisa, tan obvia como preocupante, nace el seguro.

Pongamos algún ejemplo: que nuestro vehículo fuera robado supondría un agravio económico para cualquiera, así pues, la función de un seguro sería indemnizarte al respecto, es decir, aportarte una compensación económica para que puedas adquirir otro vehículo.

¿Que se te quedaran las llaves dentro de casa? Pues el seguro te paga los gastos que tú hubieras tenido que abonar para que un cerrajero abriese la puerta y pudieras entrar, así como para la realización de copias en caso de que las hubieras perdido o la instalación de una cerradura nueva si estuviera justificado. Así ha funcionado el seguro desde el comienzo, pero eso cambió.

No sólo es dinero, sino soluciones. Y rápido.

Lo cierto es que las personas queremos algo más que dinero porque no es eso todo lo que perdemos cuando sufrimos un accidente. Queremos que se nos resuelva el problema al que nos enfrentamos en cuestión y es por eso que el seguro ha ido evolucionando hacia formas más sofisticadas de ofrecer sus coberturas.

Siguiendo con el ejemplo del coche accidentado, y suponiendo que se trate de un accidente leve, el conductor no solo perdería, en caso de no estar cubierto por un seguro de automóvil, el dinero de la reparación. También perdería tiempo y tendría que enfrentarse a otras consecuencias, quizás, por la falta de un vehículo para desplazarse, así como días de trabajo si sufre lesiones y no puede acudir a su empleo.

El seguro, en este caso, no se limita a ofrecer una cobertura económica: ofrece además un taller, un vehículo de sustitución, un médico y rehabilitación en caso de que fuera necesario junto con otras herramientas que solucionen el problema y no solo lo cubran económicamente.

«Los seguros están ideados para que la ley de Murphy no nos coja desprevenidos»

Por todo esto se puede decir que los seguros están hechos para que la ley de Murphy no nos pille por sorpresa y para que tampoco nos deje indefensos en caso de que la peor de sus posibilidades finalmente sea puesta en escena por obra del azar.

La ley de Murphy no es, pues, una premisa un tanto paranoide, sino inteligente, cautelosa, que nos enseña a vivir contemplando todas las posibilidades para evitar que determinados momentos puedan convertirse en tragedias difíciles de olvidar.

¿Acaso los peores sucesos no se desarrollan en apenas milésimas de segundos? Una colilla mal apagada que con el viento entra en contacto con una tela, un despiste manejando la radio del coche, un mal tropiezo… Todo es posible a los ojos de Murphy y todo ese mundo de posibilidades es el que barajan las compañías aseguradoras para, si no hacerte inmune a ellas, por lo menos ponértelo fácil cuando debas enfrentarlas.

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